¿Nos hemos convertido sin darnos cuenta en verdugos de nuestra propia libertad de expresión y derecho a la intimidad?
La falta de libertad de una sociedad puede medirse por la distancia que existe entre el discurso público y el discurso privado
Puede que hayamos olvidando lo que significa «libertad de expresión y derecho a la intimidad» y que nos estemos dejando convertir en los verdugos de nuestra propia libertad de expresión.
Resulta fácil mirar hacia fuera para buscar culpables, pero ¿qué responsabilidad tenemos nosotros?
Parece que vivimos en un mundo en el que debemos posicionarnos sobre cualquier asunto. ¿Nos preguntamos si tenemos conocimientos suficientes como para tener una opinión formada acerca del tema del que estamos opinando?
Ojo, conocimientos, no información. Tal vez el exceso de información nos dificulte pararnos a reflexionar, pero que la información circule a velocidad de vértigo no implica que debamos seguirla. La sobreinformación es parte de la nueva censura. En nuestra mano está cambiar la velocidad y tratar de profundizar en los asuntos que verdaderamente nos atañen, que condicionan nuestro día a día.
Menos es más
Creo que la clave está en simplificar. Me parece más acertado leer un artículo entero que veinte titulares diseñados para moldear nuestra percepción de la realidad. Y, por supuesto, aceptar que podemos estar equivocados, perder el miedo a contestar «no lo sé» y reconocernos el derecho a cambiar de opinión.
Censurar constantemente las opiniones de los demás es nuestra propia censura; es perder la batalla de la libertad, una libertad que, sin darnos cuenta, nos estamos limitando unos a otros.
Exigimos a los políticos que nos mientan
Exceptuando, por supuesto, los comentarios que pretendan ofender de manera gratuita, ¿por qué, a veces, no nos sentimos libres de expresar lo que de verdad pensamos?
Busca en tu interior; si tu intención no es herir a alguien, ¿por qué deberías reprimir un comentario que consideras justo y bienintencionado?
Si, además, exigimos a los políticos que solo nos digan lo que queremos escuchar, ¿por qué nos sorprende cuando no hacen lo que prometen? ¿No estaremos acabando, sin darnos cuenta, con la libertad de expresión que tanto costó conseguir? ¿No es un requisito de la democracia tener la capacidad de aceptar el discurso de los que no piensan como nosotros?
¿Quién se está beneficiando de «la dictadura de lo políticamente correcto»? ¿Cómo podemos saber quién va de frente si nos vemos obligados a ajustar el discurso a la «corriente dominante»? Lo entrecomillo porque tendemos a pensar que los que más ruido hacen representan a un número significativo de la sociedad, pero ¿no deberíamos replantearnos eso también?
Tengo la sensación de que la mayoría de la gente es más sensata de lo que a veces pudiera parecer, pero también creo que estamos cayendo en la trampa de «cuatro» que tienen tiempo, recursos y unos intereses bien definidos.
Hoy en día, decir lo que uno piensa es un acto de valentía ―casi temerario―, pero también un ejercicio de libertad que beneficia al conjunto de la sociedad y no perjudica a nadie, salvo a quienes no tienen mucho interés en que pensemos por nosotros mismos. ¿A qué me recuerda eso?
Deberíamos recuperar nuestro derecho a la libertad de expresión e información de la única forma posible: ejerciéndolo y, sobre todo, consintiéndolo. Solo así lograremos escapar de esta trampa tan ingeniosa.
El hereje no es el que arde en la hoguera, sino el que la enciende.
William Shakespeare
El conocimiento y la humildad nos hacen libres. Creo que deberíamos hacer una profunda reflexión al respecto. Pero, claro, podría estar equivocado.
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