Ric Elias: «Lo que aprendí de mi accidente de avión»

No esperes a sufrir un accidente de avión para aprender a diferenciar las cosas importantes de las que no lo son

El 15 de enero de 2009, el piloto del avión en el que Ric Elias acababa de despegar del aeropuerto de La Guardia, en el estado de Nueva York, pidió a las 154 personas que se encontraban a bordo que se preparasen para el impacto.

El aparato había perdido ambos motores tras chocar con una bandada de gansos y no tenía forma de volver al aeropuerto para realizar un aterrizaje de emergencia. Imagina que eres uno de los pasajeros de ese vuelo y sabes que estás a punto de sufrir un accidente de avión. ¿Qué pensamientos ocuparían tu mente en los que pueden ser los últimos minutos de tu vida?

Esta charla TED (vídeo al final de la entrada), protagonizada por Ric Elias, uno de los pasajeros de aquel vuelo, me sigue impactando de la misma manera que lo hizo cuando la vi por primera vez hace ya unos cuantos años. Es un excelente recordatorio de lo asombrosamente fácil que es perder la perspectiva y olvidar qué cosas son realmente importantes en la vida y cuáles no merecen nuestro tiempo y energía.

Aunque parezca una obviedad, lo cierto es que no dejamos de caer en la misma trampa de la mente y perseveramos en perseguir horizontes carentes de valor. Ric Elias nos ofrece en solo cinco minutos un claro ejemplo de cómo puede cambiar todo en un instante, nos recuerda que el tiempo es limitado, que hasta que se demuestre lo contrario solo tenemos una vida y que la muerte no tiene costumbre de avisar. Hoy estás y mañana no. Así de sencillo.

«Modelemos nuestra alma como si hubiéramos llegado al término. No aplacemos nada; cada día ajustemos las cuentas con la vida… Aquel que todos los días sabe dar la última mano a su vida no siente la necesidad del tiempo».

SÉNECA. Epístolas morales a Lucilio, 101.7-8

Por suerte, la mayoría de nosotros nunca vivirá una catástrofe aérea como la de Ric Elias

Esto no significa que debamos vivir sin pensar en las consecuencias de nuestros actos, con un comportamiento irreflexivo como si este fuese el último día de nuestra vida. Tampoco significa que debamos vivir angustiados por la perspectiva de sufrir mañana un accidente de avión o de cualquier otro tipo. Lo que Séneca nos está diciendo es que disfrutemos de la vida con la esperanza de vivir muchos años, pero conscientes de que esta puede terminar en cualquier momento, que no aplacemos aquello que no estemos dispuestos a morir sin haber hecho.

¿Por qué nos olvidamos con tanta facilidad de lo frágil que es la vida?

Nuestra cultura nos enseña a vivir de espaldas a la muerte. Hablar de ella es casi un tabú. Como si al mencionarla la estuviéramos atrayendo, o puede que sencillamente no queramos verbalizar lo que nos da miedo, ya que todos «sabemos» que tarde o temprano tropezaremos con ella.

Pero no pensar a menudo en la muerte puede dar como resultado que nos perdamos la vida. Este es el motivo fundamental por el que la pérdida de un ser querido se convierte en un acontecimiento devastador, no estamos preparados. Todo el mundo sabe que la vida terminará algún día, pero de forma consciente o inconsciente nos negamos a pensar que ese día puede ser mañana, o incluso dentro de cinco minutos. Comprendemos de manera intelectual lo fugaz que es la vida, pero no lo sentimos, no lo tenemos suficientemente interiorizado. Las probabilidades de que vivas en primera persona un accidente de avión son realmente bajas, pero la vida puede terminar en cualquier momento por infinidad de motivos.

Normalmente recibimos con sorpresa la noticia del fallecimiento de una persona joven. Pero ¿por qué habría de sorprendernos algo que todo el mundo sabe? ¿Acaso solo mueren las personas muy ancianas? Cuando pasa algo así, siempre hay alguien que dice, «hay que disfrutar de la vida, lo que le ha pasado a él podría pasarnos a cualquiera de nosotros», y todos asentimos con la misma presteza que lo olvidamos.

Como el clásico ejemplo en el que al ver un accidente grave en la carretera reducimos la velocidad durante los siguientes treinta kilómetros, puede que incluso incrementemos nuestra atención, pero no tardaremos en volver a conducir como siempre, porque es un hábito, y los hábitos, una vez establecidos, no suelen pedir permiso a la razón.

Sin embargo, mucha gente conduce de esa forma todo el tiempo, porque cuando construyeron el hábito, lo hicieron en base a la razón. No necesitan ver un accidente para ser conscientes de lo que está en juego. Del mismo modo que no tendría por qué suceder una desgracia para que tengamos siempre presente que la muerte es nuestra eterna compañera de viaje.

Café de la muerte

Para combatir este tabú existen iniciativas como Death cafe (café de la muerte), una reunión de personas que no se conocen de nada para charlar sobre la muerte mientras toman un café.

Estas tertulias surgieron en Suiza en el año 2004 promovidas por el sociólogo Bernard Crettaz con la intención de imprimir una pátina de normalidad en un asunto que había observado que rara vez formaba parte de las conversaciones cotidianas. Este tipo de reuniones se ha ido extendiendo y ya se celebran en otros países, España entre ellos.

Vicente Prieto, licenciado en Psicología y autor de La pérdida de un ser querido (La esfera de los libros), decía en una entrevista publicada en Saludesfera.com:

“Negar la muerte, no hablar de ella, nos hace más difícil asumir que la vida y la muerte van de la mano”

“El fallecimiento de una persona querida nos deja un mensaje útil que se reduce a un: tú, que sigues viviendo, aprovecha para mejorar cosas, disfruta de lo que tienes, intenta no agobiarte tanto y sobre todo haz que las cosas que consideras importantes simplemente ocurran, porque no sabes el tiempo que te queda para hacerlo”

Este vídeo es un alegato a la vida. Ric Elias obtuvo ese día un valioso aprendizaje que comparte con nosotros consciente de que no hace falta sufrir un accidente de avión para aprender a vivir con más sentido.

Está en inglés, pero puedes activar los subtítulos.

Para terminar con buen sabor de boca os dejo este vídeo en el que Homer Simpson hacen una maravillosa interpretación de la frase «vive cada día como si fuera el último».

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Bibliografía:

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